Mi vocación como constructor de violines es darle al violinista, al viola o al violonchelista su propia «voz». Todo el sonido que el músico consigue formar -dinámica, timbre, potencia y fuerza- tiene sus orígenes acústicos en las resonancias del instrumento. Son la obra del luthier. La verdadera obra de arte no es la forma de madera que queda a la vista, en la que yo trabajo, sino la escultura sonora que escuchamos. Se crea con el encuentro entre el músico y las resonancias con las que «juega» musicalmente.
En cuanto a la acústica comparo el secreto del sonido de un violín con la paleta de un pintor. El artista comunica con los colores y el violinista con las resonancias de su instrumento.